Aún siento el frio dentro de mi tras aquella noche en la que fuego y escarcha se conjuraron en la gran catarsis de mi alma perdida. Ya no me queda memoria para recordar la fecha en que la que todo ocurrió ni lágrimas que lloren el azaroso destino al que me condenaste. Hace tanto tiempo, o tan poco... ¿Cientos de años? ¿Siglos quizá? o simplemente todo se trata de un sueño impenitente que noche tras noche forjas en mi espíritu para recordar al infierno que te pertenezco eternamente.
Un leve batir de alas y entraste en mi dormitorio revoloteando sobre mi cama, reconociéndome minuciosamente, observando cada zona de mi cuerpo desnudo; y en forma de niebla me rodeaste cubriéndome con tu sensual manto. Sin pronunciar palabra enfocaste hacia mis ojos tus pupilas inyectadas en sangre para robarme la voluntad y descubrir uno a uno mis deseos más secretos convirtiéndolos en miles de sensaciones diferentes.
Nada existía a mi alrededor salvo tu presencia majestuosa pellizcando mis labios vaginales que, babeando, suplicaban tu placer. Luego ordenabas con gesto altanero a la fuerza de la gravedad hacerme levitar lentamente; y suspendida con las piernas muy abiertas y parada en el aire, penetrabas brutalmente con tu pene licántropo ano y vagina hasta aproximarnos a las doradas puertas del éxtasis. Un orgasmo sin fin, sobrenatural, como viajar abrazados a bordo de un lecho mágico impulsado por el éter a través de suspiros, palabras de amor y lejanas e ignotas dimensiones; hasta que, con la marca ensangrentada de tus colmillos punzantes y casi desmayada por el gozo, me depositabas delicadamente sobre la cama con esa placentera sensación de quien es rescatado del frío para quedar reconfortado ante el acogedor calor de la hoguera crepitante. Fuego que forja con vocablos las consciencias, altera espíritus y revuelve los sentidos más ocultos y especiales.
Ahora solo me queda vagar eternamente sin otro sentido que dar sustento a la soledad, ingrata compañera con la que convivo y que pese a su cercanía, insiste en no conocerme. Sabe bien que no me agrada el tacto de su piel ni tampoco sus consejos dañinos. Cipreses, soledad, amargura, llanto... Pétalos de desazón que gritan al viento su sorda melancolía. Dormir durante el día el paso del tiempo huyendo de los rayos del sol para resucitar por la noche con la oscuridad como única aliada para, como cualquier diabólico ser procedente del Averno, paliar mi sed con sangre inocente; dulce ambrosía que tú me enseñaste tanto a disfrutar.
Nada es igual desde que te fuiste; una puta y maldita estaca clavada en tu pecho cambió el devenir de nuestra historia Por eso mi mundo ya no es mundo sino recuerdos lacerantes con sabor a besos perdidos; la llama de mi pasión se reduce ya a cenizas, pues nada ni nadie puede excitarme salvo tu sexo rampante; muero en vida poco a poco de tristeza y desamor por no escuchar ya tus voces llamándome entre las tinieblas; presos mis oídos del silencio sepulcral que reina en la sombría cripta en la que habito.
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