Ya estamos a viernes de nuevo. El
tiempo corre rápido mientras el lagarto sin prisa alguna, lee plácidamente bajo
el sol veraniego historias remotas, esculpidas en las rocas por el viento. Y
ese niño de ocho años al que una noche deslumbraste sigue soñándote. Su inocente cerebro infantil no era capaz de
procesar entonces de qué se trataba aquella extraña corriente interna que
alteraba a borbotones su pequeño corazón. Sólo sabía que por alguna causa
desconocida, su estómago se encogía al imaginarte.
No existían para él pormenores o condicionantes sexuales, pero
soñaba con acariciar tu cara y que tú acariciaras la suya; que tomaras su diminuta mano y te lo llevases con ella a cualquier parte, algún
lejano planeta donde nadie os viera y pudiera sentirse a salvo de las risas y burlas
de la gente, a las que ¡Ay inocente! Cometió el error de contarles sus sentimientos
hacia aquélla mujer increíble que veía por las noches en la televisión. No
sentía apetencias eróticas, evidentemente, más se moría por meter la carita
entre tus pechos y dormir así durante toda una eternidad. Sus mayores deseos no
eran desnudarte, excitarte y hacerte el amor… No, en absoluto, no era un chaval
tan precoz. La atracción que le
producías era muchísimo más vital e importante que todo eso, e infinitamente
más extraordinaria que una simple y vulgar erección adulta. No sé si debía
corresponderle o no, ni mucho menos por
qué le sucedía a él, o si le habría pasado algo similar a otros niños de su edad; si se trataba de algún tipo de patología
mental, o hasta de algún misterioso hecho paranormal. Fuese lo que fuese estaba
conociendo el significado de la palabra AMOR en toda su extensión; y pese a que
se trataba de un mocoso de ocho años, podía
expresar muy clarito todo aquello que hervía dentro de su pequeño
cuerpecillo.
Por fortuna, sus padres, al ver
tan desorbitado interés en contemplar tu filmografía, no le prohibieron
disfrutarla ante la pequeña pantalla en blanco y negro. Se emitía en aquellos tiempos
un ciclo temático sobre tus películas; esa fue la llamada que le hiciste; a la que jamás faltó
puntualmente, no importaba si se caía de sueño o no; era observar tu rostro y
todo se diluía, sólo existías tú, nada más le importaba.
¿Cómo podría reconocer un
chiquillo de tan corta edad un enamoramiento tan enorme?
Y como la curiosidad de un niño
es infinita, quiso saber todo sobre ti, pues siempre te tenía presente en la
cabeza. Durante un largo tiempo perdió apetito, aparcó sus juegos favoritos, las notas de su cartilla escolar bajaron la
puntuación de forma alarmante y dejó las correrías y las travesuras con sus
amigos, porque tu esencia era tan profunda y poderosa que durante todos los días se dedicaba
a investigar sobre ti para encontrar esa señal, esa prueba fehaciente de que en
alguna parte del planeta existías, que eras una mujer normal, palpable, de
carne y hueso como él. Y por lo tanto cabía siempre la fantástica posibilidad
de poder un día llegar a encontrarse contigo en persona ¿Era acaso tan difícil soñar cualquier
cosa por compleja e inverosímil que pareciese para una pequeña persona que
acababa de hacer la Comunión
vestido de marinero con un misal entre las manos?
No, no existía Google; por
desgracia; así que su trabajo investigador resulto mucho más artesanal,
rebuscando, por ejemplo, entre las montones de revistas atrasadas que se
apilaban sobre la mesa de la peluquería a
la que acudía su madre cada semana; la cual veía con estupor como de un tiempo a esa parte
ponía especial interés en acompañarla.
Era decir —“Me voy a la pelu, que
se me hace tarde”— y el nene se arreglaba
rápidamente, atusaba su flequillo y se agarraba a la mano de su mamá — Voy contigo mami — Hojeaba también libros sobre cine que encontraba
en las estanterías de librerías o de los grandes almacenes o coleccionaba
recortes de prensa en los que aparecías. La obsesión del chico fue tal que
cuando supo el perfume que usabas le faltó tiempo para disimuladamente abrir en
una tienda un frasquito y rociarse con él. De esta manera conoció y convivió con tu
fragancia durante días, hasta que su madre, ya harta, le obligó a sumergirse en
la bañera casi a la fuerza.
Y así fue pasando el tiempo hasta
que sus investigaciones llegaron a la parte más horrible, cuando topó con una
revista en la que se relataban muy gráficamente los pormenores de tu muerte; muchísimos años antes de que él te conociera. La tristísima decepción dio paso a una desazón
inconsolable que se hizo dueña de su alma. En esos momentos pensaba en ti y sólo conseguía
humedecer rápidamente sus ojos, anegando de lágrimas sus ilusiones infantiles.
Sin saberlo; y ni tan siquiera
llegar a sospecharlo, con tan sólo ocho años de existencia estaba ya conociendo la cara menos
amable del amor, la del sufrimiento; el insoportable dolor del hombre enamorado;
consciente de que esa mujer extraordinaria que forjó en su cándida mente pueril
no existía ya físicamente, lloraba y lloraba sumido en la impotencia de la melancolía;
a sabiendas de que jamás se cumpliría su gran anhelo, el sueño obsesivo de
llegar a conocerte, agarrar tu mano y darte un sutil besito en la mejilla.
Copyright © 2015 Max Piquer Reservados todos los derechos
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