Estuvimos un buen rato apoyadas
en la barra, charlando mientras Esther proseguía con su melodía seductora. El camarero hacía rato que se había dado
cuenta del tema. Los camareros siempre se enteran de todo. Supongo que un tanto
decepcionado pensaría que era lesbiana, luego sus ilusiones de tener
algo conmigo se esfumaban como el humo de una hoguera a la orilla del mar. Apuesto a que esta vez no solo no me invitaría, sino que me cobraría con saña si le
pidiera una nueva copa.
Apuramos nuestras bebidas y ella
tomando mi mano me invitó muy amablemente a salir del local.
— ¿Te apetece que salgamos a dar
una vueltecita? Tengo una hierba fantástica, podemos ir a fumar un porrito
a una duna cercana que conozco, preciosa y muy solitaria. Nadie nos
molestará… ¿Quieres?
Esther se me quedó mirando esperando la respuesta un tanto expectante. Sabía que su proposición era muy osada ante una chica desconocida y supuestamente hetero como yo. Tras darle vueltas en la cabeza durante unos segundos, creo que finalmente fue la voz de mi vulva calenturienta la que, imponiéndose al cerebro, habló por mi:
— Sii, me apetece fumar un
cigarrito de la risa al fresquito del mar.
Estoy a gusto contigo y… Bueno, cada vez me voy encontrando menos tensa, más
tranquila. Eso es labor tuya, has conseguido relajarme; todo me parece un
sueño, una alucinación. Siempre piensas
en la posibilidad de salir una noche de fiesta, conocer a alguien y empezar un
noviazgo o tener una relación placentera de fin de semana, pero nunca me
hubiera imaginado ligar con una mujer — le dije con la mejor de mis sonrisas — mientras nos
encaminábamos a la puerta de salida de la discoteca cogidas de la manita, bromeando y jugueteando como niñas que salen libres al recreo.
Yo sabía muy bien a qué
venía la invitación que me hacía Esther
y todas las cosas que iba a hacerme en cuanto estuviéramos un poco más escondidas de la gente. Cosas que he vivido en mis sueños húmedos cientos de veces; y que para muchas mujeres como yo siempre está presente en nuestra biblioteca de fantasías eróticas más recurrentes. Otra cosa es llevarlas al plano real, evidentemente; pero empecé a notar una cada vez más abundante humedad entre las piernas. Y tengo que decir que lo deseaba con
muchas ganas, me sentía más depravada y morbosa que nunca. La noche cerrada invitaba a dejar aparcados los pormenores de
mi vida cotidiana, abandonar complejos y reproches; hacer oídos sordos a la inapelable
voz de la conciencia y liberada de vergüenzas,
sumergirme sin recato en esas
profundas tentaciones que sin saber cómo
surgen espontáneamente, sin preparación, como aparecen los sueños. Algo me empujaba a dar un paso al frente y probar de esa manzana prohibida. Esos
momentos suelen ser por antonomasia los más excitantes; retazos de la vida que por una u otra razón jamás caerán
en el olvido.
Copyright © 2015 Max Piquer Reservados todos los derechos
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