Helena tenía el tema sexual sublimado, o eso quería pensar, desde hacía muchos años. Se limitaba a cumplir de aquella manera cuando su marido la requería y nada más. No recordaba apenas como era un orgasmo o el erizar de la piel al ser acariciada. Ni tan siquiera tenía claro si había gozado en alguna ocasión. Fredo, su marido, fue el primer novio serio que tuvo cuando contaba 17 años. No había conocido a otro varón, aunque oportunidades se le presentaron a raudales a lo largo y ancho de sus veinte años de matrimonio. Se puso a recordarlas mientras se servía un Bayleis, el único trago alcohólico que se permitía. No sabía la razón, pero esa tarde le apetecía hacer algo especial, salir por un rato de la monotonía; Los niños en el gimnasio y Fredo en su oficina. Estaba a solas consigo misma; y se encontraba muy a gusto evocando aquellas ocasiones que se le presentaron. Hombres que la deseaban y que quizás le hubieran hecho pasar ratos inolvidables;
— Samuel, el electricista; alto, fuerte y varonil, siempre tan amable y seductor. Me encantaba la forma en que se dirigía a mi, sin dejar de mirarme los pechos, como si fueran mis ojos… Notaba como me desnudaba con las pupilas encendidas. Rememoraba también a Ismael, aquél compañero de Fredo; quedamos cierto día los dos matrimonios para cenar y tomar una copa después; y aquello fue increíble porque no hizo caso alguno a su pareja. Se pasó la noche hablándome, riendo, atento a mis movimientos. Toda la velada estuvo pendiente de mis piernas, sin quitarme ojo, a ver si en algún descuido le enseñaba los muslos; confieso que el vino me había producido un punto eufórico-sensual bastante agradable; - en el fondo me hubiera gustado mucho enseñárselos y ver como se le caía la baba deseándome, en presencia de mi marido y de su mujer-. Me sentía algo traviesa y puede que un tanto perversa...
En la discoteca insistía en bailar conmigo, pero decliné la propuesta; las caras de pocos amigos de mi marido y de la mujer de Ismael así lo recomendaban...
Y eso que me apetecía mucho — Era un gran bailarín - Pero lo peor fue al final de la noche, ya de madrugada, cuando me dirigí al servicio del local y al osado metepatas — Con unas cuantas copas de más encima, obviamente — no se le ocurre nada mejor que venir detrás y entrar conmigo al WC de señoras. ¡Jamás entenderé la infinita torpeza que puede llegar a demostrar un hombre ante una pieza codiciada cuando es el pene y no el cerebro el que toma las riendas del deseo.
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