— Pasa… y echa el cerrojo por favor —
Así lo hago. Ella levanta su cara iluminada por la luz de diez bombillas, los ojos llorosos parecían aumentar aún más su hermosura, añadiendo un poderoso erotismo a su mirada penetrante. Me acerco a ella y seco delicadamente las dos lágrimas que aún resbalan por sus mejillas. Con la mente nublada, intento consolarla acariciándole los hombros mientras beso su nuca, extasiándome con su delicado perfume. Continúo rozando la suave espalda con mis labios. Deja escapar un leve suspiro que me llega directo al corazón. La emoción se dispara caprichosa, la deseo con toda mi alma. Se levanta y me mira, su mueca dolorida se ha transformado en expresión desenfrenada.
Nos besamos acaloradamente, abrazándonos fuerte, dejando fluir libremente la emoción pasional que nos desbordaba; muero de placer durante inagotables minutos hasta casi perder la respiración. Se vuelve despacio, pidiéndome que le baje la cremallera del vestido.
Obedezco sin vacilar, recreándome en cada porción de piel que voy descubriendo. Conforme avanzo, más enardece mi deseo. Quiero mostrarle mi excitación, pego mi sexo a su cuerpo para que calibre su calor y dureza. Finalmente, cae la prenda que ocultaba sus soberbios tesoros. Una pequeña braguita roja que decoraba su magnífico trasero, mostrándome su desnudez, provocándome un cosquilleo eléctrico muy estimulante.
— Estos zapatos me están matando, amor —
Tras descalzarse, los lanza descuidadamente a cualquier lado de la habitación. Se recuestaen un gran butacón apartado en un rincón y me ofrece su pierna derecha, que no puedo rechazar. Bajo su media sedosa, lentamente; como si no quisiera que pasase el tiempo. Masajeo su pie con mimo y dedicación para proceder a lamer lascivamente su planta; deslizando levemente la punta de mi lengua hasta llegar a esos dedos pequeños,comestibles, deseables. Cierro los ojos, degustando todos y cada uno de ellos. Desde el primero hasta el último. Alzo la mirada y la contemplo, acariciándose pechos y pubis con los ojos entornados, expresión de goce, mordiéndose y mojando los labios de placer. Continué degustando con suavidad sus talones para seguir ascendiendo por ambas piernas, disfrutando cada palmo, escuchando el sonido de sus suspiros cada vez más alterados.
Resultaba indescriptible paladear esa piel deliciosa, sentía la imperiosa necesidad de impregnar de saliva cada porción de ese cuerpo que me enloquecía, conseguir que se retorciera sobre la butaca, que me suplicara ser deglutida sin miramiento con la máxima celeridad. Alcancé su vagina acuosa y preparada para cualquier tipo de agradecimiento, hurgando con la lengua entre el delicioso bosque de vello que protegía esa entrada al paraíso. Ella se introdujo un par de dedos y a continuación los metió en mi boca para que saboreara el caliente gusto de su interior. Apetitoso. Mi lengua palpó toda su intimidad, sin secretos, sin tapujos; con insoportable deseo de saciarme libando ese néctar que no paraba de manar, colmando mi paladar de flujo irresistible. Me despojé de pantalones y ropa interior, liberando un instrumento endurecido que no permitía mayor dilación, ni preámbulo. Acoplándome sobre ella, volví a besarla aún con el gusto de su rico fluido en los labios, succionando su lengua y penetrando su vulva. Introducía el pene con suaves embestidas; hasta alcanzar las más abismales puertas de su alma. El maravilloso vaivén parecía llevarnos al unísono como impulsados por un resorte común que a pasos agigantados nos precipitaba al éxtasis. Cuando este llegó, juntos suspiramos y juntos quisimos chillar, liberar nuestras gargantas y gritar a los cuatro vientos lo felices que nos sentíamos unidos en una sola piel, suplicando al tiempo que nos concediera una prórroga eterna, infinita. Pero la razón nos recomendó que silenciáramos las gargantas entrelazando sin parar nuestras lenguas, amenizando el acto con sonidos de besos sordos, seguramente los más auténticos, esos que jamás podrían mentir.
Cuatro inoportunos golpes aporreando la puerta cortaron de inmediato tan excelsos instantes. Cruzamos miradas mientras nos vestíamos con prisa a sabiendas de que tendríamos que separarnos en pocos minutos. Sus ojos volvieron a reflejar una angustiosa sensación de amargura, (supongo que tampoco los míos debían parecer el paradigma del entusiasmo). Atusó aceleradamente su melena rubia, retocó aquellos maravillosos labios que me hicieron palidecer, sacó un frasquito del bolso y tras aplicarse dos toques de perfume en el cuello, acarició mi cara mientras me impregnaba también con su aroma. Acto seguido, abandonó la estancia con pasos acelerados y a través del largo pasillo, pude ver como subía apresurada los escalones que conducían a la calle. Tras unos segundos de duda, decidí salir tras ella.
— Buenas noches Señor, espero que haya pasado una velada agradable. —
El barman telepático se despedía cortesmente, iluminando su cara con una gran sonrisa mientras recogía vasos de las mesas vacías; con la naturalidad del que ha vivido la misma situación miles de veces anteriormente. Subí de dos en dos los escalones por ver si lograba alcanzarla, pero detuve mis pasos. El hombre sin rostro abría la puerta de un antiguo Mercedes introduciéndola en su interior, aferrándole el brazo toscamente con determinación y nula cortesía o respeto; y entrando en el vehiculo tras ella, se perdieron
entre los silencios de la madrugada. Ni tan siquiera llegué a conocer su nombre; pero de una u otra manera, intuía que tras tanto tiempo esperándola, una vez más había vuelto a perderla.
Volví a la mañana siguiente por ver si repetiría actuación también esa noche; con la vaga esperanza de volver a verla. A la luz del día el panorama se antojaba bastante diferente, las calles tenían vida, ruidos de obras próximas, gritos, broncas y lloriqueos de niños, hip hop procedente de alguna ventana abierta, coches circulando; pero después de muchos minutos de dar vueltas y doblar esquinas, no conseguía dar con el sitio. En ese barrio todas las calles se me antojaban la misma. De pronto reconocí el viejo toldo corroído que protegía la puerta de entrada. Era allí con seguridad; pero no veía el rótulo de neón anunciador del club. Quizá se había estropeado y habían decidido retirarlo. Tampoco estaban expuestas las fotos de los artistas que actuaban cada noche. Un hombre negro de pelo cano y cara curtida por el paso de los años, barría con pereza la entrada. Me acerqué para preguntarle.
— Disculpe amigo, quisiera saber quién actúa esta noche… ¿Sabe si hay alguien dentro que pueda informarme? —
—¿Actuar?— Respondió con sorpresa rascándose la cabeza apoyado en la escoba —
¿Dónde?—
—¿Dónde va a ser? Pues aquí, en el club de jazz, le contesté —
El buen hombre me miró extrañado como si dudara de mi salud mental.
— Esto lleva cerrado más de cuarenta años amigo. El último negocio que hubo aquí fue un
restaurante italiano. El dueño se aficionó demasiado a la coca y las apuestas y terminó en chirona. Cosas que pasan; ya se sabe, el vicio es muy tentador. El propietario del local me manda para adecentarlo un poco cuando la inmobiliaria envía algún posible comprador. Este mes ya llevamos cuatro pero no pican; el viejo avaro pide demasiado dinero. Este sitio está ruinoso, nunca logrará venderlo. —
Parecía que me había equivocado. Evidentemente no se trataba del lugar que buscaba.
— ¿Conoce algún otro garito de jazz por esta zona? Anoche estuve en uno, contemplando una actuación memorable. Un sitio muy acogedor, me gustaría volver. No debe caer lejos
de aquí —
— ¿Jazz dice? ¿Por aquí? Te equivocas amigo, en este barrio de mierda nadie escucha ya esa música; tan solo cuatro viejos nostálgicos como yo. La juventud prefiere otros ritmos, otras sensaciones. Harlem ya no es lo que fue —
Siguió barriendo indiferente. Entonces recordé la caja de cerillas que me regaló el camarero; rebusqué en los bolsillos y se la mostré. Sacó unas viejas gafas y poniéndolas sobre la nariz, leyó la inscripción de la cajita con expresión de asombro.
— El “Iridium” existía cuando yo apenas era un adolescente. Ahh… el “Iridium”... No me perdía ni un solo concierto. A mi madre no le hacía ninguna gracia que su niño visitara antros de tan dudosa reputación. Por aquí pasó el mismísimo Lester Young… Sí, era
grandioso… nadie soplaba el saxo como él. Se me caía la baba escuchando su música. El barman era un tipo amable, muy amigo mío. El muy cabrón me miraba a los ojos y sabía todo lo que sentía, conocía a la perfección todo lo que pasaba por mi cabeza. Era un tipo raro, muy raro. Me colaba y escondía detrás de la barra mientras duraban las actuaciones por si mi madre venía a buscarme. Un día me dio la sorpresa más agradable de mi vida, me regaló un saxofón que siempre llevo conmigo desde entonces. Se convirtió en mi mejor arma de desahogo y compañero inseparable al mismo tiempo. Aún funciona perfectamente, lo tengo aquí, mire, mire, mi viejo amigo todavía me sirve para ganar unas monedas en las puertas del metro… Je je je. Aspiraba a tocar algún día con la orquesta del gran Basie, viajar por el mundo visitando nuevos sitios cada noche, salir de esta puta cloaca para siempre y descubrir el mundo que existía ahí fuera; pero no lo conseguí nunca, no estaba predestinado para ello. De hecho no logré ni salir de este puto barrio. Soy un viejo negro cansado, condenado a terminar mi vida en él. Algunos estamos marcados por el destino. Nos pusieron la zancadilla al nacer. Y de vez en cuando, mientras barro esta acera recuerdo los tiempos de esplendor. —
Súbitamente, su expresión cambió. Sus enormes ojos redondos parecían querer salir de las órbitas resaltando sobre su piel azabache como dos lunas llenas en la oscuridad de la noche, como si de pronto despertara de una terrible pesadilla o yo hubiera mentado al diablo.
— Mueve tu culo blanco ¡Pírate! y jamás vuelvas por aquí, no te dejes ver demasiado por estos andurriales, es peligroso para alguien como tú — espetó apretándome con fuerza el brazo.
Olvídalo todo, hazme caso; porque de lo contrario nunca podrás ser dueño de tu propio destino. Tras ella siempre aparecerá el hombre sin rostro y el maldito hijo de puta te robará los sueños-.
Acto seguido sacó el resplandeciente saxofón de la bolsa raída que descansaba sobre la acera, lo acercó a sus labios y tras toser un par de veces comenzó a tocar ”Harlem Nocturne”. Sus notas se
grababan en mi mente mientras me alejaba cabizbajo sumido en la melancolía, saboreando el amargo sabor de la sinrazón, de la derrota, con la incierta esperanza de que en una próxima mano, caigan mejores cartas sobre el tapete.
En el etéreo mundo de lo irreal todo cabe, cualquier cosa puede acontecer. Todo es posible en las rojas noches de Harlem.
Copyright © 2014 Max Piquer
RELATO INCLUIDO EN EL LIBRO "MUJER" DE MAX PIQUER. DISPONIBLE EN eBOOK (1,40 €) Y FORMATO IMPRESO (9,86 €) EN LA TIENDA AMAZON