23 may 2015

JAZZ CLUB (Segunda parte)



— Pasa… y echa el cerrojo por favor — 
Así lo hago. Ella levanta su cara iluminada por la luz de diez bombillas, los ojos llorosos parecían aumentar aún más su hermosura, añadiendo un poderoso erotismo a su mirada penetrante. Me acerco a ella y seco delicadamente las dos lágrimas que aún resbalan por sus mejillas. Con la mente nublada, intento consolarla acariciándole los hombros mientras beso su nuca, extasiándome con su delicado perfume. Continúo rozando la suave espalda con mis labios. Deja escapar un leve suspiro que me llega directo al corazón. La emoción se dispara caprichosa, la deseo con toda mi alma. Se levanta y me mira, su mueca dolorida se ha transformado en expresión desenfrenada.
Nos besamos acaloradamente, abrazándonos fuerte, dejando fluir libremente la emoción pasional que nos desbordaba; muero de placer durante inagotables minutos hasta casi perder la respiración. Se vuelve despacio, pidiéndome que le baje la cremallera del vestido.
Obedezco sin vacilar, recreándome en cada porción de piel que voy descubriendo. Conforme avanzo, más enardece mi deseo. Quiero mostrarle mi excitación, pego mi sexo a su cuerpo para que calibre su calor y dureza. Finalmente, cae la prenda que ocultaba sus soberbios tesoros. Una pequeña braguita roja que decoraba su magnífico trasero, mostrándome su desnudez, provocándome un cosquilleo eléctrico muy estimulante.

— Estos zapatos me están matando, amor —

Tras descalzarse, los lanza descuidadamente a cualquier lado de la habitación. Se recuestaen un gran butacón apartado en un rincón y me ofrece su pierna derecha, que no puedo rechazar. Bajo su media sedosa, lentamente; como si no quisiera que pasase el tiempo. Masajeo su pie con mimo y dedicación para proceder a lamer lascivamente su planta; deslizando levemente la punta de mi lengua hasta llegar a esos dedos pequeños,comestibles, deseables. Cierro los ojos, degustando todos y cada uno de ellos. Desde el primero hasta el último. Alzo la mirada y la contemplo, acariciándose pechos y pubis con los ojos entornados, expresión de goce, mordiéndose y mojando los labios de placer. Continué degustando con suavidad sus talones para seguir ascendiendo por ambas piernas, disfrutando cada palmo, escuchando el sonido de sus suspiros cada vez más alterados.
Resultaba indescriptible paladear esa piel deliciosa, sentía la imperiosa necesidad de impregnar de saliva cada porción de ese cuerpo que me enloquecía, conseguir que se retorciera sobre la butaca, que me suplicara ser deglutida sin miramiento con la máxima celeridad. Alcancé su vagina acuosa y preparada para cualquier tipo de agradecimiento, hurgando con la lengua entre el delicioso bosque de vello que protegía esa entrada al paraíso. Ella se introdujo un par de dedos y a continuación los metió en mi boca para que saboreara el caliente gusto de su interior. Apetitoso. Mi lengua palpó toda su intimidad, sin secretos, sin tapujos; con insoportable deseo de saciarme libando ese néctar que no paraba de manar, colmando mi paladar de flujo irresistible. Me despojé de pantalones y ropa interior, liberando un instrumento endurecido que no permitía mayor dilación, ni preámbulo. Acoplándome sobre ella, volví a besarla aún con el gusto de su rico fluido en los labios, succionando su lengua y penetrando su vulva. Introducía el pene con suaves embestidas; hasta alcanzar las más abismales puertas de su alma. El maravilloso vaivén parecía llevarnos al unísono como impulsados por un resorte común que a pasos agigantados nos precipitaba al éxtasis. Cuando este llegó, juntos suspiramos y juntos quisimos chillar, liberar nuestras gargantas y gritar a los cuatro vientos lo felices que nos sentíamos unidos en una sola piel, suplicando al tiempo que nos concediera una prórroga eterna, infinita. Pero la razón nos recomendó que silenciáramos las gargantas entrelazando sin parar nuestras lenguas, amenizando el acto con sonidos de besos sordos, seguramente los más auténticos, esos que jamás podrían mentir.

Cuatro inoportunos golpes aporreando la puerta cortaron de inmediato tan excelsos instantes. Cruzamos miradas mientras nos vestíamos con prisa a sabiendas de que tendríamos que separarnos en pocos minutos. Sus ojos volvieron a reflejar una angustiosa sensación de amargura, (supongo que tampoco los míos debían parecer el paradigma del entusiasmo). Atusó aceleradamente su melena rubia, retocó aquellos maravillosos labios que me hicieron palidecer, sacó un frasquito del bolso y tras aplicarse dos toques de perfume en el cuello, acarició mi cara mientras me impregnaba también con su aroma. Acto seguido, abandonó la estancia con pasos acelerados y a través del largo pasillo, pude ver como subía apresurada los escalones que conducían a la calle. Tras unos segundos de duda, decidí salir tras ella. 

— Buenas noches Señor, espero que haya pasado una velada agradable. —

El barman telepático se despedía cortesmente, iluminando su cara con una gran sonrisa mientras recogía vasos de las mesas vacías; con la naturalidad del que ha vivido la misma situación miles de veces anteriormente. Subí de dos en dos los escalones por ver si lograba alcanzarla, pero detuve mis pasos. El hombre sin rostro abría la puerta de un antiguo Mercedes introduciéndola en su interior, aferrándole el brazo toscamente con determinación y nula cortesía o respeto; y entrando en el vehiculo tras ella, se perdieron
entre los silencios de la madrugada. Ni tan siquiera llegué a conocer su nombre; pero de una u otra manera, intuía que tras tanto tiempo esperándola, una vez más había vuelto a perderla.

Volví a la mañana siguiente por ver si repetiría actuación también esa noche; con la vaga esperanza de volver a verla. A la luz del día el panorama se antojaba bastante diferente, las calles tenían vida, ruidos de obras próximas, gritos, broncas y lloriqueos de niños, hip hop procedente de alguna ventana abierta, coches circulando; pero después de muchos minutos de dar vueltas y doblar esquinas, no conseguía dar con el sitio. En ese barrio todas las calles se me antojaban la misma. De pronto reconocí el viejo toldo corroído que protegía la puerta de entrada. Era allí con seguridad; pero no veía el rótulo de neón anunciador del club. Quizá se había estropeado y habían decidido retirarlo. Tampoco estaban expuestas las fotos de los artistas que actuaban cada noche. Un hombre negro de pelo cano y cara curtida por el paso de los años, barría con pereza la entrada. Me acerqué para preguntarle.

— Disculpe amigo, quisiera saber quién actúa esta noche… ¿Sabe si hay alguien dentro que pueda informarme? —
—¿Actuar?— Respondió con sorpresa rascándose la cabeza apoyado en la escoba —
¿Dónde?—
—¿Dónde va a ser? Pues aquí, en el club de jazz, le contesté —

El buen hombre me miró extrañado como si dudara de mi salud mental.
— Esto lleva cerrado más de cuarenta años amigo. El último negocio que hubo aquí fue un
restaurante italiano. El dueño se aficionó demasiado a la coca y las apuestas y terminó en chirona. Cosas que pasan; ya se sabe, el vicio es muy tentador. El propietario del local me manda para adecentarlo un poco cuando la inmobiliaria envía algún posible comprador. Este mes ya llevamos cuatro pero no pican; el viejo avaro pide demasiado dinero. Este sitio está ruinoso, nunca logrará venderlo. —

Parecía que me había equivocado. Evidentemente no se trataba del lugar que buscaba.

— ¿Conoce algún otro garito de jazz por esta zona? Anoche estuve en uno, contemplando una actuación memorable. Un sitio muy acogedor, me gustaría volver. No debe caer lejos
de aquí —

— ¿Jazz dice? ¿Por aquí? Te equivocas amigo, en este barrio de mierda nadie escucha ya esa música; tan solo cuatro viejos nostálgicos como yo. La juventud prefiere otros ritmos, otras sensaciones. Harlem ya no es lo que fue —

Siguió barriendo indiferente. Entonces recordé la caja de cerillas que me regaló el camarero; rebusqué en los bolsillos y se la mostré. Sacó unas viejas gafas y poniéndolas sobre la nariz, leyó la inscripción de la cajita con expresión de asombro.

— El “Iridium” existía cuando yo apenas era un adolescente. Ahh… el “Iridium”... No me perdía ni un solo concierto. A mi madre no le hacía ninguna gracia que su niño visitara antros de tan dudosa reputación. Por aquí pasó el mismísimo Lester Young… Sí, era
grandioso… nadie soplaba el saxo como él. Se me caía la baba escuchando su música. El barman era un tipo amable, muy amigo mío. El muy cabrón me miraba a los ojos y sabía todo lo que sentía, conocía a la perfección todo lo que pasaba por mi cabeza. Era un tipo raro, muy raro. Me colaba y escondía detrás de la barra mientras duraban las actuaciones por si mi madre venía a buscarme. Un día me dio la sorpresa más agradable de mi vida, me regaló un saxofón que siempre llevo conmigo desde entonces. Se convirtió en mi mejor arma de desahogo y compañero inseparable al mismo tiempo. Aún funciona perfectamente, lo tengo aquí, mire, mire, mi viejo amigo todavía me sirve para ganar unas monedas en las puertas del metro… Je je je. Aspiraba a tocar algún día con la orquesta del gran Basie, viajar por el mundo visitando nuevos sitios cada noche, salir de esta puta cloaca para siempre y descubrir el mundo que existía ahí fuera; pero no lo conseguí nunca, no estaba predestinado para ello. De hecho no logré ni salir de este puto barrio. Soy un viejo negro cansado, condenado a terminar mi vida en él. Algunos estamos marcados por el destino. Nos pusieron la zancadilla al nacer. Y de vez en cuando, mientras barro esta acera recuerdo los tiempos de esplendor. —

Súbitamente, su expresión cambió. Sus enormes ojos redondos parecían querer salir de las órbitas resaltando sobre su piel azabache como dos lunas llenas en la oscuridad de la noche, como si de pronto despertara de una terrible pesadilla o yo hubiera mentado al diablo.

— Mueve tu culo blanco ¡Pírate! y jamás vuelvas por aquí, no te dejes ver demasiado por estos andurriales, es peligroso para alguien como tú — espetó apretándome con fuerza el brazo.
Olvídalo todo, hazme caso; porque de lo contrario nunca podrás ser dueño de tu propio destino. Tras ella siempre aparecerá el hombre sin rostro y el maldito hijo de puta te robará los sueños-.

Acto seguido sacó el resplandeciente saxofón de la bolsa raída que descansaba sobre la acera, lo acercó a sus labios y tras toser un par de veces comenzó a tocar ”Harlem Nocturne”. Sus notas se
grababan en mi mente mientras me alejaba cabizbajo sumido en la melancolía, saboreando el amargo sabor de la sinrazón, de la derrota, con la incierta esperanza de que en una próxima mano, caigan mejores cartas sobre el tapete.
En el etéreo mundo de lo irreal todo cabe, cualquier cosa puede acontecer. Todo es posible en las rojas noches de Harlem.

Copyright © 2014 Max Piquer

RELATO INCLUIDO EN EL LIBRO "MUJER"  DE MAX PIQUER.  DISPONIBLE EN eBOOK  (1,40 €)  Y FORMATO IMPRESO (9,86 €)  EN LA TIENDA AMAZON


13 may 2015

JAZZ CLUB (Primera parte)




Poco podemos hacer en una de esas noches en las que el tedio atenaza tu mente, obligándote a la evocación de momentos pasados (no siempre mejores) o al amargo recuerdo de aquellas jodidas partidas de póker perdidas por no saber jugar las bazas que te tocaron en suerte. Unas veces cartas de tristeza, otras de desmesurada alegría. Siempre he pensado que la mayor estafa de la vida es no poder haberla ensayado previamente; sin opción alguna de modificar el guión o mejorar la interpretación.
El maullido estridente de un gato fugitivo surgiendo raudo de las profundidades de un maloliente contenedor de basura, me hace aparcar por un momento las reflexiones en las que me sumía, acompañado tan solo del sonido de mis propias pisadas o el de alguna esporádica sirena policial en la lejanía. Una pequeña porción de luna llena asoma tímida entre dos edificios ruinosos. Bajo de la acera para evitar molestar al viejo vagabundo bañado en alcohol que intenta arroparse bajo unos cartones mientras balbucea despotricando quejas ininteligibles. A mi derecha, dos almas se amparan en la clandestinidad del oscuro callejón para chutarse en vena su vital dosis de sedante mental. Apoyadas sobre un muro, vendedoras de amor con las medias rotas, rimel corrido y perfume barato me dirigen la mirada; entre la necesidad y el aburrimiento. Una de ellas, de ojos saltones, mediana edad y pelo enlacado se dirije a mi, mascando chicle. Le sonrío, bajo la mirada y continúo mi camino con mayor celeridad para no llegar a ningún sitio concreto, como el conejo blanco del cuento de Alicia. Hasta que las calientes notas de un saxofón, rompen el silencio de la noche para reavivar mi ánimo. La puerta de un viejo local acaba de abrirse de par en par, escapándose por ella brumosas nubes de humo de tabaco. Me detengo de inmediato. ¿Acaso puede existir algo mejor para ahogar devaneos existenciales que un buen trago en la tórrida barra de un club de Jazz a las dos de la madrugada?

Bajo cuatro escalones y accedo al local. Variopinta clientela. Ejecutivos de corbata aflojada y ojeras etílicas, amantes trasnochados dándose el pico en los rincones más íntimos, bohemios embriagados en la música, parejas de variada edad y donaire o tipos solitarios que, como yo, prefieren apoyar el codo en la barra y disfrutar del decorado. Tras probar el primer sorbo y casi por inercia, saco un cigarrillo. Miro al camarero que me regala una sonrisa. Me gustan los camareros elegantes, pulcros, profesionales; de los que parecen entenderte con solo una leve mirada, sirviéndote el whisky con el hielo en su precisa medida. El barman telépata asiente con la cabeza e incluso me ofrece fuego. ¡Vaya! se puede fumar, fantástico. El lugar resultaba acogedor y aún más cuando el cuarteto en escena interpreta uno de mis temas favoritos, “Harlem Nocturne”. Quizás la noche me hacía un guiño finalmente. Qué bien sonaba ese saxo tenor por cierto. Entonces, tras una cortina lateral aparece ella, acallando de inmediato los tímidos aplausos que premiaban la excelente interpretación musical precedente, arrasando la atención de todos los allí presentes. Incluyendo al gorila de la puerta, el barman y por supuesto, a mi. Incluso el grupo de ejecutivos aflojaron unos puntos más sus corbatas cuando esa deslumbrante belleza asió el micrófono con tremenda sensualidad. Comenzar a escuchar su voz y derretirme, fue todo uno. Abandono la barra copa en mano y me acomodo en una mesa frente al escenario para recrearme en esa mujer fascinante. Su voz era aterciopelada; de una calidez subyugante, embriagadora, rica en matices y poderosamente intimista. Interpreta “If you were mine” rindiendo tributo a la magistral Billie Holliday. Movía sus caderas pausadamente como a cámara lenta. El generoso escote dejaba adivinar unos pechos, sutiles, delicados; que se movían eróticos, meciéndose en la música. De vez en cuando retiraba el hermoso cabello rizado que caía sobre su cara. Sus labios rojos, relucientes, carnosos, se antojaban suculentos y su manera de acariciar el micro conseguía elevar la temperatura del bar. Espectacular. Embelesado observaba las torneadas piernas que asomaban por la abertura del vestido hasta que me pareció que fijaba su mirada en mí. Es curioso pero su cara no me resultaba extraña; al contrario, algo parecía recordarme que ya antes había suspirado con el sabor de esos labios o puede que lo esperara desde hace muchísimo tiempo atrás, no lo sé.

La actuación se me antojó extremadamente corta. El público aplaudía acaloradamente, los descorbatados sudaban, los bohemios mesaban su barba o limpiaban con esmero los empañados cristales de sus gafas “Lennon”, las parejas seguían riendo y yo no conseguía apartar de ella la mirada; hasta que desapareció de la luz del foco perdiéndose entre los rojos cortinajes del escenario.
Me levanté y pensé que era un buen momento para pedir un nuevo trago ya que mi whisky se había convertido en agua hacía ya demasiado rato. Por supuesto, mi amigo el barman mentalista tenía ya preparada la bebida y antes de sacar un nuevo cigarrillo tenía ya entre sus dedos encendida la llama con la que me lo prendió gentilmente, regalándome una caja de cerillas que exhibía el nombre del club en su cubierta. Excelente manera de tratar a los clientes, si señor. 
El ambiente era un poco sofocante, necesitaba refrescarme la cara.
¿Dónde estaría el baño?
— Por el pasillo detrás del escenario señor —
¡Vaya! ¡Pero si ni tan siquiera llegué a preguntarle! Infalible profesional sin duda. Si fuera rico le contrataría de inmediato como camarero particular. Una auténtica joya.
Adentrándome en el largo pasillo indicado, escuché lo que parecían ser unas acaloradas voces detrás de la puerta del camerino que se abre súbitamente, saliendo de su interior un corpulento hombre sin rostro con andares simiescos que no parece reparar en mí presencia.
Cierra con estrépito dirigiéndose enfurecido hacia fuera. La música ha dejado de sonar, debe acercarse la hora del cierre. Mojo mi faz, escuchando un dramático rumor de sollozos. Empujo la puerta despacio, no puedo evitar saber que ocurre en el interior. Ahí está ella, sentada frente al espejo con el rostro entre las manos. 

— Pasa rápido y echa el cerrojo por favor...  

                     (CONTINUARÁ)

Copyright © 2014 Max Piquer


RELATO INCLUIDO EN EL LIBRO "MUJER"  A  LA VENTA  EN  eBOOK ( 1,04 €)  Y  FORMATO IMPRESO  (9,86 €) EN LA TIENDA AMAZON.
    


9 may 2015

CUENTO DE UN ILUSO



 Un día paseaba mi soledad por las largas calles del destino y de pronto, mirando al suelo, encontré un larguísimo beso que alguien perdió o dejó olvidado entre una pequeña montaña de escombros, excrementos y botellas vacías de licor de sentimientos. Creí que por fín el destino me hacía un guiño, lo recogí con cuidado y tras guardarlo celosamente regresé a casa contento y alborozado. Una legión de entes hacedores de sonrisas y satisfacciones me llevaron en volandas al Edén de la felicidad en un maravilloso viaje que nunca quise acabar. Pero como dijo un sabio artista, "Toda la vida es sueño; y los sueños, sueños son" y estos se escaparon de pronto como anguilas viscosas a través de un jodido bolsillo agujereado. Lo que el destino te regala, el destino te quita. 

Y ahora sé que los sueños no pasan de ser sueños, que la magia sólo existe en la imaginación, que el adulto ya no es niño por mucho que vista de pantalón corto y que esa sonrisa otrora limpia e inocente se torna grotesca y ridícula cuando las canas se aproximan. Que el oso Yogui no es más que un dibujo y que esas golosinas que tontamente te llevas a la boca ya no tienen la dulzura de antaño porque su sabor quedó fosilizado en la memoria de las décadas. Que ese amor soñado no existe sino en la pluma ilusoria de los poetas, que el sonido de los besos verdaderos es tan falso como la fría mirada de una estatua del jardín de las quimeras y además se malvenden o regalan copias al mejor postor. Que las palabras bonitas se producen en serie como en una cadena industrial. Que la mentira es siempre más fuerte que la verdad y que el desengaño sobrevive indefectiblemente a la ilusión. Que los Reyes eran los padres y un día se marchan dejándonos desnudos y desamparados. Que la soledad más dañina es la que pervive en el alma y no la destierra la compañía. Que la fidelidad es papel mojado, que la vida se escribe con secretos y patrañas; que el ego es insaciable y le alimenta más una lisonja que el más sincero y bello de los poemas; que el humano sólo es cómplice de si mismo y que follar es más práctico que hacer el amor.

Copyright © 2014 Max Piquer

LIBROS DE MAX PIQUER A LA VENTA EN AMAZON:

COMPRAR
COMPRAR





7 may 2015

PREGUNTAS SIN RESPUESTA



 ¿Qué más quieres de mi, mujer?  ¿Acaso no te basta con mis lisonjas, mis eternos halagos, mis caricias, mis besos, mi respeto y los desvelos por  agradarte que precisas los del mundo entero para satisfacerte?   ¿No es suficiente para ti el corazón que me robaste? ¿Qué más quieres de mi, mujer?  ¿Por qué tus oídos no responden  a mi súplica, que no es otra sino la vital necesidad de tenerte?   ¿Por qué te sientes atacada cuando reclamo tu abrigo y calor si yo nunca podría lastimarte? 
Ves en mi rostro la faz de aquellos que  te dañaron cuando mi mayor anhelo es desterrar  para siempre de tu vida esas heridas que, aún sangrantes e infectas, atormentan tu alma desconfiada; temerosa de dolor y engaños, encerrada en  esa  extraña coraza que te aprisiona y de la que sólo tú posees la llave que la libere de tan amargo pasado ¿No te das cuenta de que no pertenezco a él y que te amo con solo pensarte?  No me conviertas en víctima de tus revanchas ni en la pared de tus delirios o arrebatos. No, no más mentiras, ¿No ves que las falacias dañan tu belleza y tus pupilas pierden brillo a los ojos de mi alma?
¿Qué más quieres de mi, mujer? Si te deseo con locura y me falta tiempo para soñarte.  ¿Qué más quieres de mí? ¿Qué más quieres? ¡Dímelo, por Dios! Sé sincera.  Pero por favor, no me pidas que te regale aquello que tú misma desconoces. Eso, aunque muera por buscártelo… Eso no puedo ofrecértelo.  

Copyright © 2015 Max Piquer 

RELATO INCLUIDO EN MI PRÓXIMO LIBRO "VESTIDA PARA AMAR"


2 may 2015

LOA A LAS NALGAS




 Vulnerables, ocultas, suaves, casi sedosas. Al caminar ofrecen las delicias de un suculento flan gelatinoso en la delicada sutileza de sus hipnóticas formas redondeadas. Nalgas compactas, dúctiles, frescas y dulces como manzanas recién tomadas del árbol de los pecados. Tan soberbias y potentes que provocan apetito y liberan la libido de todo rubor o vergüenza.
La descarada y morbosa hendidura que las separa, parece asirte las muñecas y obliga a tus manos a palparlas lentamente primero, con mayor deseo y deleite después. Sin pausa, sin prisa, disfrutando cada poro de su piel.
Abiertas de par en par, su vicioso ojo de Cíclope te mira fijamente, invitándote a explorar los más recónditos y prohibidos lugares que bajo sagrado secreto de confesión te regala.
Maleables, amasables, masticables, pellizcables, besables, lamibles, arañables, corruptibles, deleitables.

Se dice que en los albores de los tiempos, Adanna, la primera mujer sobre la faz de la tierra, abducida por la belleza y el morbo que el culito de su pareja Eva le provocaba, pasaba largas horas del día degustándolo sin parar, erizando el vello de su piel con miles de caricias, mordisquitos y lametones para pasar después a ser ella homenajeada de idéntica manera.
Cuentan asimismo que dormía cada noche con su cabeza apoyada sobre los glúteos de su amada. Nunca el Edén conoció tanta felicidad.

Por eso cada vez que ames a una mujer, ni lo pienses. Descubre sus nalgas, cierra los ojos y bésalas con fuerza hasta dejar impresa la marca de los labios. Incrusta la faz entre ellas y deja que la punta de la lengua traspase despacio los húmedos umbrales de la impudicia;
hasta que los gemidos de tu amante iluminen una tras otra las luces del Paraíso.

Copyright © 2014 Max Piquer

RELATO INCLUIDO EN EL LIBRO "MUJER" DISPONIBLE EN eBOOK Y FORMATO IMPRESO EN LA LIBRERÍA AMAZON