Nada es comparable a la satisfacción que me produce despertar y observarla a mi lado, recibir la mañana con caricias y bostezos, levantarnos agarrados de la mano y entre olor a café besarnos en la cocina. Ella preparando las tostadas del desayuno mientras exprimo mecánicamente naranjas con los ojos clavados en su piel blanca, brillante, suave y anacarada. Ese rostro angelical, casi infantil, Esos grandes ojazos azulados, sus pechos firmes, sutiles, y ante todas las cosas, su espíritu, ese aura cuya pureza consigue que un día sórdido, triste y apagado se convierta por arte de magia en un luminoso paisaje primaveral. Por eso la amo y agradezco cada hora del día a los dioses el haber tenido el detallazo de ponerme a este ángel en el camino. Creo que ya no podría respirar más que su aliento, ni me calmaría la sed otra bebida que no fuera su saliva o el dulce néctar que mana de las entrañas a través de su vulva enamorada .
Pero el amor en ocasiones puede que sea un efecto colateral de la locura. Solo eso explicaría que felizmente enamorado y pleno por la hembra que comparte mi vida, sienta temblar las piernas sumido en la confusión cuando otra mujer, que por maquiavélico capricho del destino resulta ser su mejor amiga, me mira fijamente con ojos acusadores, como preguntándome cuando voy a decidirme de una vez, cuando voy a ser valiente y dar ese paso vital, ese volantazo en el camino que nos separa de la felicidad absoluta.
Yo me quedo sin respuesta, absorto, moviendo la vista desde sus vivarachos ojos marrones a la exquisita línea que dibuja su boca; que con mil expresiones distintas me transmite en décimas de segundo millones de mensajes diferentes; algunos inocentes como cuando un niño repite divertido cada dos por tres esa palabrota que aprendió por la mañana en el colegio sin conocer siquiera su significado; otras veces se presentan en forma de una gran fábrica generadora de morbo apasionado y crudo deseo; de cariño y lujuria reprimida al más absoluto desenfreno. Y no puedo evitar abrazarla, apretar sus pechos contra mí y devorarla de arriba abajo, de abajo arriba; sin tregua, abandonado a mis instintos y a los suyos, jadeando enloquecido en pos de su felicidad.
Y pregunto confuso a los cielos y a los infiernos el porqué me veo atrapado en tan delicada tesitura. Sentimientos ilógicos y tan jodidamente intensos y reales.
Ella sabe muy bien la dificil situación en la que me encuentro, que estoy indefenso rendido a sus pies, que no solo mi sexo sueña en voz alta con sus mimos, sensuales caricias y ese húmedo calor que genera su vagina empapada, sino que su sonrisa me pertenece, como también sus sollozos. Necesito su dicha; no, no es un capricho, ni tampoco un fugaz calentón pasajero, es muchísimo más, añoro ver como ríe, quiero acunar sus desvelos, vivir en sus sueños. ¡Dios qué complicado es todo!¡Qué doloroso resulta dividir en dos el corazón sin decir mentiras ni esconder secretos. ¿Cómo explicarles lo mucho que las quiero sin que me tilden de carota, sinvergüenza o mentiroso? No soportaría dañarlas ni mucho menos lo merecen.
¿O será mejor adoptar un silencio piadoso? No lo tengo claro, estoy muy perdido. Solo sé que las palabras mudas se clavan como espinas en el corazón, cuando besas sinceramente con el alma.
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