El día en el que, por arte de
magia, apareciste en mi vida supe que algunas veces (muy pocas) los sueños se
hacen realidad. Al proyectar la
enigmática luz de tu mirada, cada pestañeo esparce a los cuatro vientos esos
sentimientos que hasta hace poco dormían aletargados en tu alma, dormitando
sobre colchones de espinas, navegando a
la deriva, naúfragos entre olas de lágrimas embravecidas por tormentas de
tristeza y desazón. Cierra los ojos, deja
que un diluvio de besos enjugue para siempre tus sollozos; como cromos
repetidos, los cambiaré por mil sonrisas. Esa mirada triste poco a poco va
mudando la expresión. Amarga mueca que ya creías marcada para siempre en tu
cara, irreversible, como un tatuaje triste y desconsolado.
Pero todo eso acabó. Has permitido por fin que la luz brille en
tus ojos. Ahora ya te valoras como debes, acabada ya la autocompasión que esa
cobarde y absurda baja estima cada día alimentaba, con ridículos argumentos de
fracasos y sueños pisoteados en el devenir del paso del tiempo. Traspasado el umbral de los cuarenta prepárate
para lo gloria; abraza la pasión, el delirio y los devaneos; ya conoces de
sobra como gestionar placeres y sentimientos porque sabes bien lo que no
quieres. Paladea masticando una renovada manera de vivir y vivirte. Quiérete mucho y brinda por el precioso escenario que
la vida te prepara.
Poco importan menopausias, unos kilos de más o menos, una cana irascible o esas nuevas pequeñas arrugas que asoman denotando sabiduría, experiencia y sensualidad por tus cuatro costados; en tu sexo, tu espalda, en tus pupilas, en tu vientre, en tus senos o en cada gesto que tus labios ejecuten; aunque la engañosa modestia te impida admitirlo. O quizá sea esa bastarda y maquiavélica inseguridad la que intenta en vano, desde hace tiempo, acongojarte para ocultar tu irresistible poder de seducción. Enfréntate a ella, mírale a la cara y derrótala con los ovarios y la belleza de tu carisma. Disfruta hasta el paroxismo esa excelencia vital que atesora la madurez femenina, etapa mágica de tu vida que culmina, engalana, condecora y engrandece la palabra MUJER.
Poco importan menopausias, unos kilos de más o menos, una cana irascible o esas nuevas pequeñas arrugas que asoman denotando sabiduría, experiencia y sensualidad por tus cuatro costados; en tu sexo, tu espalda, en tus pupilas, en tu vientre, en tus senos o en cada gesto que tus labios ejecuten; aunque la engañosa modestia te impida admitirlo. O quizá sea esa bastarda y maquiavélica inseguridad la que intenta en vano, desde hace tiempo, acongojarte para ocultar tu irresistible poder de seducción. Enfréntate a ella, mírale a la cara y derrótala con los ovarios y la belleza de tu carisma. Disfruta hasta el paroxismo esa excelencia vital que atesora la madurez femenina, etapa mágica de tu vida que culmina, engalana, condecora y engrandece la palabra MUJER.
Copyright © 2015 Max Piquer
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