Noche desmotivada, de esas en las que uno decide plantar cara a la apatía. Subes al coche, enciendes el motor, metes la marcha y conduces rumbo al infinito, bajo las luces amigas de una ciudad que parece dormida en su silencio. El anuncio de un gran luminoso de neón rojo acapara mi horizonte y me obliga a dejar a un lado las ruedas y visitar ese lugar que me insinúa mágicas sensaciones. No sé muy bien por qué; pero me dejo arrastrar por el resplandor que muestra la entrada a ese local, custodiada por un robusto guardián de mirada pétrea que parece ignorar mi presencia. Atravieso el umbral retirando dos cortinas aterciopeladas que impiden frágilmente mi paso. En el interior, música lenta, bella,
romántica, ideal para calmar ansiedades y propicia para agitar pasiones. En la pista, dos parejas intercambian susurros sin perder el compás. Al fondo, lugares reservados para que la privacidad se apodere del mundo, diversos sofás ofreciendo confort y ese sabor de
épocas pasadas que parece sumirte en una placentera intimidad.
Apoyado en la barra, requiero la atención del camarero y degusto un Dry Martini, mientras observo la sala y la escasa gente que la habita. De pronto, mi mirada se detiene bruscamente. Una criatura tanbonita como la canción que sonaba, está clavando sus ojos en mí. Me ruborizo y distraigo mi vista al infinito, dándole una profunda calada al cigarro. Vuelvo a buscarla y ahí sigue su mirada penetrante, mientras a su lado una figura en la que no había reparado, escancia con clase vino en su copa. Caballero de sienes plateadas, elegantemente vestido. El áureo resplandor de su anillo me distrae momentáneamente, mientras le besa cariñosamente el
cuello. Ella le sonríe con complicidad y le da con delicadeza un sorbo eterno al licor.
Continúo sintiéndome observado. La curiosidad me embarga, levanta su copa y me sonríe, ¡Dios qué sonrisa! mi corazón comienza a palpitar al observar la generosa abertura de su vestido negro que muestra unas bonitas piernas largas, magníficamente moldeadas. Soy consciente de que no me quita ojo, pero no me importa y ella lo sabe, lo percibo. Hace ademán de estirar levemente sus medias, mostrando los muslos más apetecibles que pudiera imaginar. Besa rápidamente los labios de su acompañante y con pasos de modelo se dirige hacia mí. Trago saliva, apago el cigarro y apuro el último sorbo, admirando esa hermosura que en pocos segundos estará a mi lado. Me sonríe y levanta su copa con ademán de brindis. Agarro la mía para corresponder pero admito mi torpeza...está vacía. De pronto mi corazón da un vuelco al sentir como toma mi mano con suavidad... y me arrastra literalmente hacia su mesa. El caballero de las sienes de plata extrae la botella de la cubitera y con exquisitas maneras me sirve una copa. La tomo, brindamos y bebo un pequeño sorbo mientras nos damos la mano saludándonos cordialmente. La música cambia en otra romántica melodía que ella tararea susurrante, vuelvo a sumirme en la visión de sus muslos, pero me interrumpe el tacto de su mano arrastrándome de nuevo, esta vez hacia la pista de baile.
En ese instante me invade el sabor de lo prohibido, seguramente con la ayuda del alcohol; y accedo a tan gentil e irrechazable invitación. Juntamos los cuerpos y rodea mi cuello con sus brazos, pegando su cara a la mía. No doy crédito, pero ya reina en mí la excitación y no me reprimo. Baila con excelencia y me dejo llevar mientras acaricio sus caderas a través de la seda de su vestido. Mi sexo se endurece y ella refriega su muslo derecho contra él. Mis manos van por su cuenta, no atienden a razones y se deslizan morbosamente hacia su trasero deseable y lujurioso. Tremenda sensación. Un baile que no
deseaba que terminara jamás; pero lo hizo finalmente. Me ofrece su rostro para que la bese castamente mientras muestra la mejor de sus sonrisas. En mi interior, no deseaba otra cosa que devorar su boca pero la razón imperó y la besé tímidamente en la cara, aunque sin
querer (o buscándolo) invadí una parte de la comisura de sus labios. Acercó su mano y limpió cuidadosamente la porción de mi boca marcada por el carmín. De nuevo asió mi mano, dirigiéndome hacia los apartados del fondo de la sala mientras lanzaba un beso a su
acompañante, que parecía encantado observando con la copa de vino en la mano y un gran habano en la boca. Entramos, cerré las cortinas y dejé que el deseo me guiara libremente.
Juntamos los cuerpos y la besé como llevaba tiempo esperando. Cruzamos nuestras lenguas, nos mordimos los labios, las barbillas y agarré sobreexcitado sus lindos y pequeños pechos. Comenzó a suspirar agarrando mi cabello con fuerza, provocándome casi
dolor, bendito dolor. Acarició mi sexo a tientas sobre la tela del pantalón que lo oprimía. Se inclinó sobre el sofá y apoyándose firmemente sobre la tapicería roja, me ofreció su cuerpo, su espalda, su culazo imponente. Me dijo que tenía prisa; que no me demorara y la disfrutara cuanto antes. Apresuradamente desabroché y dejé caer mi ropa al suelo y mi pene respiró aliviado elevándose rápidamente. Alcé su vestido agitado, casi tembloroso; hasta que la visión extasió mi mente y cegó mis sentidos. No llevaba ropa interior. Tan solo el liguero que sujetaba sus medias. Me agaché y besé sus nalgas deliciosas, las acaricié y mordí una y otra vez, gozando de su dulce suavidad y volvió a suplicarme celeridad. Separé sus piernas, aferré mis manos a su cintura y la penetré con toda mi alma hasta el fondo de su existencia. Dos gemidos de placer inundaron el habitáculo, solo apagados por la música que sonaba lejana. De nuevo se paró el tiempo hasta que, rendidos, la dulce explosión del éxtasis nos hizo rodar sobre la moqueta. Nos vestimos con rapidez y volvimos a besarnos.
Sacó el pintalabios y un pequeño espejo de su bolso, retocó su cara sacudiéndose el sofoco y se perfumó a continuación, respirando entrecortadamente, mientras yo la miraba incrédulo. Salió del reservado y se agarró al brazo del gentleman de las sienes plateadas que esperaba en la puerta sonriendo. Le ayudó a ponerse el abrigo y ambos desaparecieron bajo la luz del neón tras despedirse amigablemente del fornido guardián de inexpresiva mirada. Después, el sonido de un coche que arranca desapareciendo en la noche.
Aún recuerdo el sonido de sus tacones caminando con prisa. Pedí otro Dry Martini, encendí un cigarrillo y fijé la mirada en los reflejos multicolores que producía esa bola giratoria de cristalitos sobre la pista. Finalmente la noche se portó conmigo mejor de lo que esperaba y con certeza, también con esa mujer encantadora y su acompañante de sienes plateadas.
Copyright © 2015 Max Piquer
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